INTEMPERIE. Videoinstalación. 23 minutos. Dimensiones variables.

posibles montajes

Un mismo video es proyectado sobre dos paredes que se encuentran enfrentadas.
Imágenes de caballos y vacas en estado de tensión latente, se intercalan con un paisaje desolador y solitario.
El espectador es interpelado por estas secuencias, en donde el tiempo adquiere otra dimensión y son los pequeños sucesos los que dan sentido a la propuesta de la obra.

TEXTO

El paisaje no es un dato fijo, no es una distancia alejada o aproximada, no es natural ni artificial. Es una construcción de la mente, argamasa de capas de memoria y de junturas y hendiduras apuntaladas o fisuradas por la actividad diaria. Vemos según hemos sido adiestrados para ver. No vemos sino lo que suele confirmar las certezas ya conquistadas. La dirección de la vista no está destinada, sino señalizada. De modo que el paisaje no es desemejante a la naturaleza muerta. Sea el campo, sea una ciudad entrevista en la frontera, sean la acera y el pavimento de todos los días, los habitamos como si fueran museos naturales. En la ciudad, la actividad visual está engarzada a la celeridad o la parsimonia, pues nadie suele mirar dos veces, ni tan siquiera detenerse en las revelaciones que entre dos vistazos exponen verdades incontroladas, como a veces sucede con los fogonazos en la ruta. Quizás la esencia del video resida en el pestañeo, o en un ángulo de visión de 360º, devenidos en pórticos. Aquí, Silvia Rivas, Gabriela Golder y Andrés Denegri nos ofrecen tres variantes de la experiencia con el paisaje. Somos forasteros, en buena medida, en cada una de ellas.

La mirada campesina es lenta, demorada, abarca la lejanía y el pormenor con igual devoción. A eso nos compele, también, el trabajo de Gabriela Golder, a mirar en la intemperie, es decir sin el amparo de las certidumbres urbanas. Es el disponerse a una larga espera. Numerosísimas actividades, muchas de ellas minúsculas como insectos, suceden en el campo, y solo destruyendo el “yo” atareado y sobreexcitado que el ruido omnipresente, el cartel ubicuo y el transporte continuo apuntalan podemos llegar a ser parte del paisaje en vez de partícula momentáneamente alejada de su todo funcional. Cesación de la taquicardia, abdicación del tiempo cronometrado. Es entonces cuando la gama cromática se abre límpida a la vista, y lo circundante adquiere estatura perenne: las vacas y los caballos, y hasta el perro piojoso, se transforman en seres mitológicos; la mosca resulta ser una minucia indestructible; y el poste de luz es más espantapájaros que transmisor de estremecimientos energéticos o comunicacionales. Una frase de Paul Celan, silenciosa y elocuente, sobresalta la calma en mitad del video, mientras adivinamos que este mundo no está necesariamente en paz, que miríadas de insectos devoran, desovan y destruyen. Y que hay alguien de más. Al observar estas vacas, descubrimos que somos nosotros los que estamos a la intemperie. ¿Por qué nos miran estos animales? La vaca observa a su futuro carnicero.

Christian Ferrer.

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